Un marinero con cientos de años de experiencia se posó sobre tu corazón y lo anudó y lo anudó.
Ahora llevas esta cosa pesadísima en el centro que late con fuerza indomable, golpea todo en tu interior y entre estrepitosos (latidos) sonidos de sangre colándose por donde puede para salir, te dicta la verdad, te dice que estás vivo.
Y la lluvia casi siempre es medio melancólica.
Ahora que lo pienso la cosa es absolutamente hermosa, extraño mucho las tardes de lluvia donde el techo de vidrio dejaba ver las gotas como si ya casito te fueran a tocar y sentía el corazón en las orejas de lo agitada que me dejaban unas letras estampadas en el papel.
No quisiera morir, aunque de morir vivimos muchos y en ésas muertes que nos provocamos a diario, la vida tiene un matiz que por lo menos a mí, al final de la balanza me llena de esperanza, me hace acomodarme en ella como si me acomodara en un sillón de lectura a arroparme y acogerme en las palabras mientras para de llover.
Lo que me encanta de la lluvia es que siempre acaba y tu lo sabes, como sabes que al día le sigue la noche, como no conoces un cielo que llueva eternamente, tu sabes que la lluvia acaba.
Que algunos les coja el final en lluvia y terminen rondando como fantasmas húmedos la habitación...
Que a otros les llueva mas escampadito y atraviesen casi secos...
Que a tí cuando te llueve, sientas que el cielo se te parte encima...
Es armonía.